viernes, 13 de junio de 2014

Los monstruos cotidianos: La flauta Yamaha

No soy una persona musical. Eso no es novedad para nadie. Y pudo haber sido un evento traumante en algún punto de mi vida, pero un día aprendí a aceptarlo y ahora puedo vivir muy bien con eso. Como quien es alérgico a los cacahuates. Solo que yo no me hincho. Ni nada parecido.

Siempre pensé que el origen de mi disfunción social había sido mi infancia y aunque no estaba del todo errada siempre pensé que la culpa era más específicamente de mis papás que nunca me había puesto Queen, y Jethro Tull, y The Rolling Stones y todas esas cosas que se les ponen a los niños para que sepan apreciar la “Buena música” y en un futuro tengan la capacidad de distinguir a Fanny Lu de Santana. Yo no tuve eso. En mi casa cantábamos todos a coro los esclavos de Nabucco. Y Víctor Manuel cuando estábamos festivos.  Ya saben hoy puede ser un gran día...

Esa influencia musical definitivamente afectó muchas cosas de mi vida adulta. Pero no fue la causante de mi falta de apreciación por la música o los conciertos. Hoy entendí que le debo mi odio musical a algo mucho más tangible.

Las flautas de plástico Yamaha. Para todos aquellos que han crecido abajo de una piedra, las flautas de plástico Yamaha, son un instrumento beige de tres piezas que cuesta mucho dinero y tu mamá podría matarte si la perdías. Es, como todas las flautas del mundo, un instrumento de aire, que más bien es un recipiente de babas. Propias y ajenas porque todas las flautas son siempre idénticas. Y no hay tal cosa como poder distinguir la tuya de la de tu compañero.


La descripción del objeto no es tan relevante como el uso del mismo. Algún sabio de tiempo atrás decidió que una flauta de plástico Yamaha es el perfecto instrumento para introducir a los niños a la música. Es portátil, la venden en la papelería y puede fungir de espada en caso de que surgiera una guemás.

La flauta produce un sonido nefasto, porque es de plástico corriente. No entiendo por qué nadie se entera. Y la forma de hacer música es usar tus manos regordetas de niña de 8 años y poder tapar unos u otros hoyitos mientras soplas.

Estamos hablando que cuando empiezas con esto acabas de graduarte de amarrarte las agujetas tú sola o poder hacerte una cola de caballo. De modo que la coordinación ojo mano es muy muy escasa. Sumado a eso había que soplar al mismo tiempo.

La combinación de todos esos factores genera un ruido que nunca jamás ha sido continuo. Y que si escuchas bien se puede traducir a la canción de la alegría:

SI DO
RE RE
DO SI LA SOL SOL
LA SI SI
LA LA

Así nos enseñaban a tocar la flauta, memorizando silabas y pues obvio tocábamos en sílabas. Cada sílaba una respiración que llenaba de babas el cilindro aquel.

Lo peor de todo es que éramos 32 personas en el salón y todos pensamos que algún día podríamos dar un concierto de flauta e incluso grabar un disco. Y venderlo. Así que tocábamos en serio.

El infierno mismo.

La absoluta calidad del producto en cuestión. 
Al parecer todos mis compañeros, y sobre todo, todas las generaciones previas y siguientes superaron el trauma. La flauta los curó de espantos. Entendieron lo que era la mala música y pudieron alejarse de ella. A mí solo me mató las pocas neuronas musicales que había heredado de mi increíblemente estoica y pocosensible madre.

Había unas neon que te convertían en LO MÁS cool del salón.
Pero eran todavía más corrientes 
Hoy trabajo con niños y estoy rodeada de flautas de plástico Yamaha y ahora entiendo que la vida es una lucha constante con tus demonios, hasta que puedes llegar al punto de ignorarlos. Pero nunca quererlos.




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