No soy una persona musical. Eso no es novedad para
nadie. Y pudo haber sido un evento traumante en algún punto de mi vida, pero un
día aprendí a aceptarlo y ahora puedo vivir muy bien con eso. Como quien es
alérgico a los cacahuates. Solo que yo no me hincho. Ni nada parecido.
Siempre pensé que el origen de mi disfunción social
había sido mi infancia y aunque no estaba del todo errada siempre pensé que la
culpa era más específicamente de mis papás que nunca me había puesto Queen, y Jethro
Tull, y The Rolling Stones y todas esas cosas que se les ponen a los niños para
que sepan apreciar la “Buena música” y en un futuro tengan la capacidad de
distinguir a Fanny Lu de Santana. Yo no tuve eso. En mi casa cantábamos todos a
coro los esclavos de Nabucco. Y Víctor Manuel cuando estábamos festivos. Ya saben hoy puede ser un gran día...
Esa influencia musical definitivamente afectó muchas
cosas de mi vida adulta. Pero no fue la causante de mi falta de apreciación por
la música o los conciertos. Hoy entendí que le debo mi odio musical a algo
mucho más tangible.
Las flautas de plástico Yamaha. Para todos aquellos
que han crecido abajo de una piedra, las flautas de plástico Yamaha, son un
instrumento beige de tres piezas que cuesta mucho dinero y tu mamá podría
matarte si la perdías. Es, como todas las flautas del mundo, un instrumento de
aire, que más bien es un recipiente de babas. Propias y ajenas porque todas las
flautas son siempre idénticas. Y no hay tal cosa como poder distinguir la tuya
de la de tu compañero.
La descripción del objeto no es tan relevante como
el uso del mismo. Algún sabio de tiempo atrás decidió que una flauta de
plástico Yamaha es el perfecto instrumento para introducir a los niños a la
música. Es portátil, la venden en la papelería y puede fungir de espada en caso
de que surgiera una guemás.
La flauta produce un sonido nefasto, porque es de
plástico corriente. No entiendo por qué nadie se entera. Y la forma de hacer
música es usar tus manos regordetas de niña de 8 años y poder tapar unos u
otros hoyitos mientras soplas.
Estamos hablando que cuando empiezas con esto acabas
de graduarte de amarrarte las agujetas tú sola o poder hacerte una cola de
caballo. De modo que la coordinación ojo mano es muy muy escasa. Sumado a eso
había que soplar al mismo tiempo.
La combinación de todos esos factores genera un
ruido que nunca jamás ha sido continuo. Y que si escuchas bien se puede
traducir a la canción de la alegría:
SI DO
RE RE
DO SI
LA SOL SOL
LA SI
SI
LA LA
Así nos enseñaban a tocar la flauta, memorizando
silabas y pues obvio tocábamos en sílabas. Cada sílaba una respiración que
llenaba de babas el cilindro aquel.
Lo peor de todo es que éramos 32 personas en el
salón y todos pensamos que algún día podríamos dar un concierto de flauta e
incluso grabar un disco. Y venderlo. Así que tocábamos en serio.
El infierno mismo.
La absoluta calidad del producto en cuestión. |
Al parecer todos mis compañeros, y sobre todo, todas
las generaciones previas y siguientes superaron el trauma. La flauta los curó
de espantos. Entendieron lo que era la mala música y pudieron alejarse de ella.
A mí solo me mató las pocas neuronas musicales que había heredado de mi
increíblemente estoica y pocosensible madre.
Había unas neon que te convertían en LO MÁS cool del salón. Pero eran todavía más corrientes |
Hoy trabajo con niños y estoy rodeada de flautas de
plástico Yamaha y ahora entiendo que la vida es una lucha constante con tus
demonios, hasta que puedes llegar al punto de ignorarlos. Pero nunca quererlos.
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